No lejos de la casa natal del Padre Pío, sobre los restos de un antiguo castillo señorial se encuentra la "Torreta", una pequeña habitación construida sobre una roca a la que se accede a través de una empinada escalera. Esta pequeña habitación acogió al Padre Pío de 1909 a 1912, años difíciles de enfermedad que lo alejaron del convento y durante los cuales no le permitieron permanecer en casa de sus padres. En esta época, de hecho, las rígidas reglas de los frailes capuchinos impuestas a
Los monjes que vivían fuera del convento vestían el hábito de San Francisco.
En estos años el Padre Pío comenzó a mantener correspondencia con sus confesores el padre Benedetto Nardella y el padre Agostino Daniele. Las cartas, tanto “para” como “de” el Padre Pío, constituyen una autobiografía extraordinaria a través de la cual podemos participar en su vida espiritual mientras enfrentaba sus sufrimientos y luchaba contra sus demonios.
En este lugar dicen las cartas que el Padre Pío fue consolado por la intervención materna de la Virgen y reconfortado por la presencia de Jesús, su ángel de la guarda y San Francisco. En su ciudad natal, el Padre Pío vivió estos años rodeado del amor de su familia y del cariño de sus compañeros del pueblo. Pasó momentos llenos de serenidad y paz, compuestos de sentimientos sencillos y genuinos que siempre quedaron en su memoria. Aquí Nuestro Señor lo preparó para su misión en el mundo. El Padre Pío observó: “No sé cómo agradecer a nuestro querido Jesús el gran coraje y la fuerza que me da para soportar no sólo las muchas enfermedades que me envía sino también las continuas tentaciones que permite y que se multiplican día a día. Estas tentaciones me hacen temblar de pies a cabeza, pensando que puedo ofender a Dios”.